Christian Jongeneel (Málaga, 1974), impulsor de Brazadas Solidarias junto a muchos compañeros y amigos, es uno de los nadadores de larga distancia más destacados de esta disciplina en el ámbito internacional. Superada su etapa de competición de alto nivel en las piscinas, Christian compagina ahora su vida profesional con su vida deportiva con esfuerzo, sin perder nunca las ganas y la motivación por superarse, y haciendo frente a retos extraordinarios a través de mares y océanos de todo el mundo.
«Nadar es una especie de soledad compartida. Cuando se trata de nadar en el mar, éste se convierte en la suma de temores, aspiraciones e ilusiones. Cuando uno nada durante horas se encuentra a sí mismo como aliado y como enemigo. El mar siempre ha estado ahí y el nadador se convierte en el intruso mientras él se dedica a lo que siempre hace: Seguir su vida de movimientos interminables, al tiempo que se convierte de nuevo en testigo de la búsqueda de retos personales, de hazañas, del drama de hombres y mujeres que viven durante horas una singular soledad.» [Javier Solórzano]
Christian Jongeneel vuelve a sumergirse en aguas abiertas en septiembre de 209 con uno de los desafíos más duros y peligrosos de su carrera: el cruce del Canal de Molokai, en Hawái. Su objetivo es recaudar fondos para un proyecto de abastecimiento de agua potable para niños y niñas de la India rural de la mano de la Fundación Vicente Ferrer.
El duodécimo reto de Jongeneel le lleva a desplazarse hasta Hawai para enfrentarse a una de las travesías más imprevisibles del planeta. Con alrededor de 50 kilómetros de distancia y una duración estimada de 18 horas, el cruce de la isla de Molokai a O´ahu se caracteriza por las fuertes corrientes marítimas de esta zona del Pacífico y la abundante fauna marina, con tiburones, ballenas y medusas. El recorrido forma parte de The Ocean´s Seven, el circuito de las travesías más emblemáticas del mundo y que solo ha sido superada por 60 nadadores a lo largo de la historia.
Es difícil señalar el momento preciso en el que nace una afición, aún más cuando esta surge a muy temprana edad. Cuando contaba con cinco años de edad repartieron unos formularios en mi clase. Según nos comentó el profesor, nuestros padres debían rellenarlo si queríamos ir a nadar a una piscina cercana al colegio. Esto me pareció una gran idea y, al regresar a casa, les conté a mis padres con gran excitación cuanta ilusión me hacía.
Ellos, por su parte, vieron que podía ser una experiencia positiva para mi formación y me dieron su autorización (firmada) para que comenzase a participar en esta actividad. Así fue como entré por primera vez en una piscina climatizada, que en este caso tenía forma de habichuela.
Pocos días antes de terminar la actividad recibimos la visita del entrenador de un club de natación a hacernos unas pruebas para decidir quiénes podrían pasar a formar parte de su club, lo que supondría poder seguir nadando todo el año: he de decir que es en ese momento en el que por primera vez me sentí nervioso en una piscina. La primera de muchas veces, esto es, porque superé las pruebas y pasé a entrenar con este equipo.
Mirando en estos instantes hacia atrás en mi vida, y a pesar de los años transcurridos, pienso que la experiencia vivida en mi niñez fue un avance de lo que me esperaba: entrenar con tesón para rendir al máximo en las competiciones, mejorar mis marcas, y pasar unas pruebas cada vez mas difíciles que suponían escalar un escalón cada vez mas alto.
Mi vida deportiva y mi vida cotidiana se entrelazan a la par que se complementan en muchos aspectos como la superación, la lucha, el sufrimiento, y el compañerismo entre muchas otras. Hasta ahora he sido capaz de compaginar muy bien mi vida deportiva con mi vida profesional, obviamente con esfuerzo, pero sin perder nunca las ganas y la motivación por superarme en todo momento.